¿Habría otra manera de afrontar la crisis? Saquemos de apuros a los pobres, no sólo a los bancos y empresas!
Minouche Shafik
En todas las crisis económicas, los pobres son quienes más sufren. Tanto las personas como los países pobres son los más vulnerables y quienes carecen de los ahorros y las instituciones que podrían ayudarlos en los momentos difíciles. En crisis anteriores, nuestras energías se centraron demasiado tarde en las consecuencias adversas que tuvieron para los pobres.
¿Seremos capaces de actuar de otro modo en esta ocasión?
A diferencia de la crisis sufrida en Asia oriental, el deterioro de la situación económica actual empezó en los países ricos, aunque ya ha alcanzado a los principales mercados emergentes. Los efectos en países de bajos ingresos se está notando, y no especialmente en los mercados financieros, sino en la volatilidad de los precios de las materias primas y en la caída de los volúmenes de exportación y de las remesas. Según informaciones de las oficinas del Ministerio Británico para el Desarrollo Internacional (en Etiopía, Bangladesh, la India y Pakistán), en algunos casos, las familias más desfavorecidas están sacando a los niños del colegio para ahorrar y están comiendo cantidades menores (sobre todo las mujeres y las niñas) o alimentos de peor calidad, por lo que preocupa la aparición de problemas de desnutrición. Se calcula que la crisis económica ha causado ya que cien millones de personas vuelvan a una situación de pobreza.
Conviene recordar todo lo aprendido durante las crisis anteriores. En la recesión de los años ochenta, muchos países en vías de desarrollo se embarcaron en programas de ajustes estructurales. Si bien las reformas económicas eran a menudo necesarias, pronto se hicieron visibles sus efectos negativos y surgieron problemas políticos en muchos países, así como dificultades para las instituciones financieras internacionales. Luego surgieron los llamamientos a favor de "ajustes de rostro humano" y en muchos países se crearon instrumentos como los fondos sociales, destinados a amortiguar los efectos negativos a través del desarrollo de colectivos, la formación profesional y la microfinanciación. Aunque muchos de estos fondos sociales resultaron bastante eficaces, su establecimiento resultó a menudo demasiado lento. Además, fracasaron como medidas anticíclicas a la hora de ayudar a los más pobres a afrontar el ajuste económico.
Para los países en vías de desarrollo, esta crisis comenzó con el pico en los precios de los alimentos experimentado a principios de 2008. Curiosamente, volvieron a surgir llamamientos a favor de la creación de nuevas instituciones. La reacción internacional se centró en un conjunto de medidas a corto plazo (envíos de alimentos, protección social, subvenciones para insumos, etc.) y más a largo plazo (inversiones en investigación, infraestructura). Pero a los pocos meses de acordar estas medidas, los precios de los alimentos empezaron a caer, mientras que los de la energía se disparaban. Nuevamente se empezaron a buscar formas de aliviar estos efectos adversos. Y cuando empezó a tomar impulso la reacción internacional, los precios del petróleo perdieron dos tercios de su valor.
¿Qué podríamos aprender de estas experiencias?
En primer lugar, que la globalización trae consigo conmociones de este tipo por naturaleza. Estas convulsiones podrán suceder en los precios de los alimentos o del combustible, en forma de restricciones al crédito o en corrimientos hacia activos de mayor calidad crediticia, pero lo que es seguro es que vendrán.
En segundo lugar, los intentos de coordinar una respuesta a medida para proteger a los más vulnerables irán casi siempre a la zaga de la necesidad. Este hecho resulta inevitable si tenemos en cuenta el largo periodo de gestación que se precisa para la creación de nuevas instituciones.
En tercer lugar, los mejores mecanismos son aquellos que procuran protección frente a cualquier convulsión y que se valen de instituciones y programas ya existentes para mantener a los más vulnerables por encima de un umbral mínimo.
Varios países cuentan con sistemas formales de protección social que varían desde los razonablemente buenos (Brasil, Ghana, la India, Bangladesh, Indonesia, Vietnam) hasta los que aún se están creando (Kenia, Sierra Leona, Camboya), pasando por los que sufren ciertas limitaciones (Uganda, Zambia, Etiopía, Pakistán, Asia Central, Caribe, Irak); pero en muchos otros países no existen sistemas formales y las familias pobres dependen de mecanismos informales como las remesas (Pakistán, China) o del recurso a ahorros modestos (China), a prestamistas (Bangladesh) o a bienes como el ganado (Tanzania) para hacer frente a la situación. Como ejemplo de programa de protección social con un buen diseño tenemos el Programa de Protección de la Producción de Etiopía, que procura transferencias de alimentos y dinero en metálico para más de siete millones de personas. Con 13 libras (18 dólares) mensuales se financian transferencias de dinero en metálico para mantener a toda una familia. La inmensa mayoría de los hogares (84%) destina parte o todo este dinero a comprar alimentos de primera necesidad, gracias a lo cual se garantizan mejores resultados en salud y nutrición y se evita que las familias se vean obligadas a vender bienes productivos para comprar alimentos. Más de una cuarta parte de los beneficiados (28%) destina también parte de estos fondos a mantener a los niños escolarizados. El dinero en metálico se emplea también en saldar deudas por asistencia médica y en facilitar la acumulación de bienes para muchas familias, especialmente la adquisición de ganado. El programa demostró su efectividad el pasado año, durante el cual protegió a muchas familias ante los altos precios de los alimentos y ante la sequía, e hizo posible que el Gobierno y los donantes usaran un programa ya existente para ampliar la duración de la asistencia.
El Ministerio Británico para el Desarrollo Internacional no ve los fondos destinados a la protección social como programas de bienestar social, aunque para algunos hogares estos fondos pudieran ejercer esta función. El auténtico beneficio que ofrece la protección social consiste en la salvaguarda de otras inversiones realizadas para el desarrollo (Ravallion, 2008). Existen pruebas convincentes de que las convulsiones económicas en los países pobres provocan un aumento en la mortalidad infantil, un descenso en la tasa de escolarización y una caída en los niveles de nutrición (Ferreira y Schady, 2008). Una desnutrición grave en la primera infancia suele ocasionar problemas en el desarrollo físico y déficits en el desarrollo intelectual, los cuales reducen, a su vez, las oportunidades de los individuos y causan pérdidas de ingresos importantes durante toda la vida (Alderman et al, 2006; Behrman et al, 2004). Gracias a los avances tecnológicos recientes, el precio de evitar dicha desnutrición puede ser muy reducido -como observaba Josette Sheeran en su colaboración del 8 de enero en Ideas4development.
En los próximos meses, más países pobres deberían instituir programas de protección social para que esta crisis económica no provoque una pobreza que persista durante generaciones y que socave el progreso logrado recientemente, sobre todo en educación. Cuando la crisis del tequila se desató en México en 1994, provocó el diseño del famoso programa PROGRESA que resultó en el establecimiento por primera vez de una red asistencial efectiva para los pobres del país. Más naciones deberían seguir sus pasos, y también deberían ser más los donantes que asignaran fondos a la protección social. Robert Zoellick ha hecho un llamamiento a Estados Unidos para que entregue el 0,7% de su paquete de incentivos a un fondo de vulnerabilidad para países en desarrollo -que no pueden permitirse un plan de incentivos fiscales- con el fin de ayudarlos a hacer frente a las consecuencias de las crisis ("A Stimulus Package for the World", New York Times, 22 de enero de 2009). Lo ideal sería que creáramos un mecanismo de financiación compartida para demostrar al mundo que, además de la coordinación internacional de las políticas públicas para la salvaguarda de los sistemas financieros del mundo, vamos a colaborar para proteger a los más pobres de las convulsiones que la globalización provoca necesariamente. De lo contrario, nos arriesgamos a perder consenso internacional acerca de la globalización y a restar valor a las inversiones pasadas y futuras en desarrollo.
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INSTITUCION de la HACIENDA ALIMENTARIA....Es la solucion de HOY comen manana tanbien.
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